“No podemos callar lo que hemos visto y oído” Hch 4,20

Para las personas que vivimos la fe como una manera de ser y estar en el mundo, la formación es mucho más que lo que habitualmente se entiende en diferentes niveles constitutivos de la sociedad. Tenemos una especial vocación en integrarnos con nuestro prójimo para dar lo mejor en todo lo que hacemos, en cualquier nivel de nuestra experiencia, tanto en lo profesional o laboral como espiritual y religiosa.

Nuestra Iglesia es formadora al estilo de Jesús y se afirma sobre sus hechos y sus palabras. Nos consideramos sus discípulos misioneros, porque por Él caminamos, con Él estamos y en Él podemos ser personas plenas. Es por eso que nos vamos formando a través de las diferentes maneras que nuestra vida de fe y nuestra vocación personal así lo exigen, para ponernos al servicio integral de quienes más nos necesitan.

Tenemos entonces la formación particular y especial de quienes hacen su camino a la ordenación sacerdotal en el Seminario Patagónico y también de aquellos que optaron por el servicio en el diaconado.

Estamos invitados a profundizar en la vida litúrgica y en los procesos de evangelización vinculados al Magisterio de nuestra Iglesia, como así también en la catequesis a través del Seminario Catequístico. 

Para reflexionar y comprender los procesos históricos, sociales y culturales en los que vivimos, nos es de vital importancia formarnos en la Doctrina Social de la Iglesia. Porque para poder actuar en la realidad en la que habitamos, tenemos que ser capaces de entenderla para aceptarla y cambiarla.

Como en todo, el servicio evangelizador en nuestras escuelas se sustenta en sentirnos convocados por el amor de Cristo. La pastoral educativa, se encuentra plenamente ligada al ámbito de la vida eclesial, favoreciendo que todos los miembros  de nuestras instituciones sientan la dimensión comunitaria y familiar. Resaltamos la vivencia que pueden ofrecer nuestras comunidades educativas, para descubrir en la Iglesia un lugar donde: Ser, Desplegarse y Estar. Ser en la Iglesia, descubriendo mi identidad como persona amada por Dios. Poder desplegar los dones y talentos que me ha dado. Y, por último, un lugar donde puedo estar, sentirme familia, vivir la fraternidad y comunión a la cual somos invitados. Y de la misma manera, el Evangelio de Jesús nos llama y nos invita al reconocimiento y la profundización en todos los ámbitos de la cultura y los estilos de vida del lugar en el que vivimos.